La actual credencial del
peregrino tiene sus orígenes en las cartas de presentación que desde los
albores de la historia jacobea concedían los Reyes, infantes, clérigos,
papas y otras autoridades como documento de recomendación o
salvoconducto a los que peregrinaban a Compostela. La historia relata
multitud de documentos en los que se concedía por mediación de dicha
carta, todo tipo de privilegios y gracias para que el portador y sus
acompañantes obtuviesen protección y también la exención del pago de
tributos (montazgos, portazgos, pejes, etc..) cuyo montante podía llegar
a ocasionar graves problemas a los peregrinos medievales.